Me duele la ciudad
como un puñetazo en la entrepierna.
Escupo sangre en cada esquina
recogiendo tus pasos
por las aceras.
Presiono mis dedos contra el punto
donde se urdía el estómago.
Y lo noto como un amasijo de cristales
y vómito amargo.
En el vientre de Wenceslao Square
el Sol se funde afable y gélido.
Me ha rajado el cuello
con el vértice de tu pelo.
Siento mis pies sobre los adoquines
como dólmenes de carne.
El veintidós se ha hecho un vestido
con perfume que olvidaste.
Mis manos como peces
en el mercado sucio del Puerto,
y caricias como escamas
moribundas por el suelo.
Praga es hermosa.
En sus mapas y en su abdomen.
¡No debería atreverme siquiera
a robarle tu nombre!
Pero ya no hay música en los parques.
Ni barcazas en el río.
Ni sinagogas contando días.
Ni Relojes descontando ritmos.
Ni tranvías que me lleven a ti.
Ni fresas que colmen niños.
Ni Catedrales oscuras
en las que hundir
para siempre
este frío.
Praga se desvanece.
Esa es la única verdad.
Devora mis palabras
con una cárcel de torres y lamentos.
La odio con todas mis fuerzas
al descubrirme en su espejo,
porque la hija de puta
no hace más que insinuar
tu cuerpo.
!Quisiera escapar de aquí,
donde el aire es de miel y acero!
Praga, ¡Déjame morir!
¡Deshacerme en tí
para siempre,
mientras la echo de menos!
Cartas a Mynoka 